Claudia es una abogada que abrió su propia oficina legal. Mario es un médico que viaja por el mundo trabajando con una fundación que ayuda a comunidades sin acceso a servicios de salud. Jessy es una directora de escuela secundaria que ayuda a sus estudiantes en sus proyectos de graduación. ¿La educación superior marcó una diferencia en la vida de los tres? Sí, pero no tuvieron un recorrido fácil para llegar donde están.
por Leslie Rosales y María José Castillo
Claudia, hermana mayor de tres hermanos, migró a la ciudad de un municipio rural de Guatemala para apoyar económicamente a su familia. Jessy también es guatemalteca, vivía en un barrio en la periferia de la ciudad, convenció a sus papás para que la dejaran estudiar después de sexto grado, pero quedó embarazada a los 17 años y no pudo continuar. Estudiar en la universidad no era opción para ellas. Completaron tercero básico (noveno grado), pero no la secundaria. Mario es hondureño, su mamá trabajaba muy duro para mantener a sus dos hermanos más pequeños. Él conseguía trabajos temporales en el campo y estudió la secundaria en una jornada nocturna, pero al terminar, no había una universidad cerca. Emigró a otro país para buscar trabajo.
La educación superior es un factor clave para el desarrollo de nuestros países, pero lamentablemente, sigue siendo un privilegio para muchos en Latinoamérica. La matrícula universitaria aumentó considerablemente del 2000 al 2018 –100% según el último reporte de la UNESCO–, pero con grandes brechas. Casi ocho de cada 10 de los hombres y mujeres más ricos se convierten en estudiantes en la universidad, pero solo uno de cada 10 de los hombres y mujeres más pobres lo hacen; y los números son alarmantes al hablar de terminar los estudios o tener títulos de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática. Altos costos de matrícula, exámenes de ingreso, problemas de movilidad y discriminación son solo algunas de las dificultades que enfrentan los jóvenes que encuentran barreras. Eso, sin mencionar que entrar a la universidad no garantiza una educación de calidad ni la adquisición de habilidades necesarias para el mercado laboral.
Claudia, Jessy y Mario, tenían una gran determinación y encontraron apoyos que los alentaron a buscar la educación terciaria. Jessy, gracias a colaborar con una organización que donaba alimentos en la escuela de sus hijos, obtuvo trabajo en el área de limpieza. A los 36 años, por su dedicación y buenas referencias, consiguió un empleo de personal de limpieza en una empresa dedicada a desarrollo social que le daba mejores condiciones. Todos los empleados debían tener una meta de estudios al año, incluyéndola, y ella decidió retomar sus estudios. En el trabajo, sus compañeros la ayudaron con la tecnología, en casa, sus hijos ya mayores, colaboraban con las tareas del hogar para que ella pudiera estudiar. Año con año avanzó, primero secundaria y luego, se asesoró para inscribirse en la universidad. Con mayor educación la empresa pudo darle un mejor trabajo y llegó a ser recepcionista y asistente administrativa. A los 44 años, se graduó de licenciada en pedagogía y descubrió su vocación como educadora. Sin darse cuenta, Jessy inspiró a Claudia, quien llegó a la empresa para suplir su puesto en las tareas de limpieza. Claudia también terminó la secundaria e inició la universidad, sus compañeros al ver su dedicación y esfuerzo, le ayudaron a hacerse de una computadora y libros, le ayudaban con las tareas, sus jefes le daban permiso para llegar dos horas antes de hora de entrada para que aprovechara el internet de la oficina. Fue una excelente estudiante y a los 35 años se graduó como abogada, dos años después de trabajar en una oficina jurídica, abrió su propio bufete. Mario, consiguió trabajo como asistente de limpieza en un asilo de ancianos, su buena actitud permitió que lo recomendaran como cuidador y pudo así tener más ingresos. Conoció a un enfermero que le ayudó a conseguir información sobre oportunidades para estudiar en El Salvador y empezó a vivir entre países. Trabajaba en el asilo durante seis meses, gastando el mínimo posible, y luego con el dinero ahorrado, emprendía su camino a estudiar un ciclo académico. Algunas temporadas de trabajo tomaron más tiempo, particularmente cuando necesitó uniformes y dispositivos médicos, pero siempre regresó y tuvo la suerte de encontrar dos catedráticos que se volvieron sus mentores. Le tomó casi el doble de tiempo, pero finalmente a los 33 años, se graduó de médico.
Las dificultades no fueron pocas, más allá de los retos económicos, los tres se enfrentaron a dificultades académicas, no tenían todas las competencias que la secundaria “debería” haberles dado. Además, debieron enfrentar a sus familias, que no entendían sus sacrificios y sus decisiones, y a sus compañeros de estudio, con quienes parecía que debían validar su lugar y luchar para ser integrados en los grupos de trabajo. Pero cada uno encontró su propia red de apoyo: conocidos, compañeros de trabajo, amigos, profesores, coordinadores universitarios… que les facilitaron de una u otra forma alguna condición, recurso, conocimiento, o acompañamiento que contribuyó a su trayectoria académica y profesional. ¿Cómo habría ayudado si ellos hubieran encontrado una forma de acceder a la educación terciaria antes?, ¿qué pasa con quienes no encuentran opciones?
El proyecto ALCANZA busca trabajar por la educación inclusiva y de calidad y facilitar oportunidades de aprendizaje (el Objetivo de Desarrollo Sostenible – ODS 4). Ofrece becas de educación superior a jóvenes que tienen pocas posibilidades de ingresar a un instituto de educación superior o a una universidad en Guatemala, Honduras y Paraguay y busca responder a los desafíos que estos jóvenes encuentran. El perfil de los 1,142 estudiantes con beca que participan en ALCANZA en el 2024 revela la diversidad de barreras que enfrentan: 34% pertenecen a los perfiles más bajos de pobreza y pertenecen a grupos vulnerables de la región, 36% pertenecen a minorías étnicas y 38% provienen de entornos rurales, 30% tienen alguna discapacidad, y el 68% tienen responsabilidades de sostén económico de sus familias.
Más allá del acceso y de favorecer que estos jóvenes sean incluidos en las estadísticas de educación superior de la región, el proyecto ALCANZA se enfoca en apoyar su trayectoria académica y su transición hacia el mundo laboral. Trabajando junto con socios locales, ALCANZA busca eliminar barreras institucionales. Por ejemplo, el uso de los exámenes de admisión, para que en lugar de ser un filtro que privilegie a estudiantes de escuelas de alta calidad y que han podido pagar cursos preparatorios, se conviertan en una herramienta para diseñar programas de preparación adaptados a las necesidades de los estudiantes. Existe evidencia que, si los estudiantes experimentan tanto desafíos, como apoyos diferenciados y culturalmente receptivos, son capaces de alcanzar los estándares académicos esperados (Feldman, 2019).
Las becas van más allá de matrículas y mensualidades, buscan crear una red de apoyo para los estudiantes, mediante grupos de estudio, mentoría y actividades de desarrollo personal y emocional, para garantizar que estos jóvenes ingresen a la educación terciaria y la acaben con éxito. Las carreras que estudian responden a investigaciones de contexto y mercado laboral y tienen altos índices de empleabilidad (citar LASC). Los esfuerzos están orientados a que, sin importar su origen o sus circunstancias, todos los jóvenes sean incluidos en una experiencia educativa de calidad que les forme académicamente y que puedan desarrollar competencias para la vida, para que cambien sus contextos inmediatos y puedan contribuir al desarrollo de sus países, y por qué no, en la región.