Hace unos meses, pedí a mis alumnos universitarios que escribieran un ensayo respondiendo a la pregunta: ¿Qué ha sido lo más difícil que he aprendido hasta hoy? Sus reflexiones fueron muy sorprendentes. La mayoría respondió que lo más difícil que habían aprendido era una habilidad fundamental en la escuela, como la lectura, la escritura o las matemáticas. La dificultad fue aún más significativa cuando mis estudiantes tuvieron que aprender esas habilidades en otro idioma, generalmente el idioma académico o el español.
por Leslie Rosales
“Lo que más me costó fue aprender a expresarme en el idioma español porque normalmente, de dónde yo vengo, en mi cultura, hablamos solo idioma q’eqchí. Las clases en primaria siempre las recibí en mi idioma. Cuando me gradué de sexto primaria, mis padres me dieron la oportunidad de ir a estudiar en un pequeño pueblo y yo, aún sin saber hablar español. Como era un pueblo, los profesores daban clases en español. El primer día de clase, recuerdo bien que no entendía nada de lo que explicaba el docente”, escribió un estudiante de profesorado.
En sus ensayos, mis alumnos comentaronque estar rezagado en cada habilidad básica resultó en discriminación, ridiculización y exclusión. Muchos fueron objeto de abusos por parte de sus compañeros e, incluso, de los propios profesores:
De todos los cursos, el que me costó siempre fue matemática…, recuerdo que siempre buscaba algún pretexto para no recibir esa clase, era mi martirio podríamos decir… porque si yo no respondía bien, mi maestro me pegaba
joven estudiante
La cuestión es que la sociedad sigue malinterpretando que las personas que no alcanzan ciertas competencias no lo hacen por las limitadas oportunidades que han tenido sino por quiénes son o de dónde vienen.
No es sorpresa que, en sus ensayos, también describieran el rol de un profesor que creía firmemente en que todos sus estudiantes podían aprender y que potenció la resiliencia en ellos. Así, conforme iban aprendiendo las habilidades que creían difíciles, también percibían que mejoraban y que crecían:
“Cada palabra mal pronunciada, los profes me la corregían”. “Sentía que iba mejorando mi manera de hablar… “Todo esto fue quedando en mi cerebro, y ya al terminar el tercer año de básicos, mi maestra me felicitó”.
La visión de las sociedades debe tornarse a otorgar las oportunidades educativas adecuadas a todos los ciudadanos, sin importar de dónde vengan. Algunos de ellos narraban anécdotas de resiliencia como la siguiente sintiéndose orgullosos de sí mismos:
La primera experiencia que tuve fue cuando quería ir al baño y no sabía cómo decirle al profesor, ya que él solo hablaba castellano… de repente aparece un compañero y dice: “permiso profe” y yo que estaba atento a lo que pasaba, me di cuenta de que esas eran las palabras que yo necesitaba y repetí lo mismo y todo fluyó
joven estudiante
Finalmente, al día que mis alumnos entregaron sus ensayos, habían superado todas las barreras que encontraron en su trayectoria académica y ahora formaban parte del pequeño porcentaje de jóvenes latinoamericanos con acceso al primer año de universidad. De una forma u otra, habían llegado lejos.
Cuánto más pudieran alcanzar si diseñáramos oportunidades más inclusivas para estudiantes en desventaja por razones socioeconómicas, de género, de idioma o por una discapacidad.